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Vida en la tierra [+]

ISBN-978-987-45869-0-2

 

Por Daniel Freidemberg

 

Una escritura precisa, tranquila y firme, pero también fluida, en permanente movimiento, como el trabajo de lectura que propone, que algo tiene de musical en su tendencia a que cada línea, aunque consistente en sí misma, pida ir a la siguiente, como si fuera el recorrido que va haciendo entre ellas la mente del lector o su sensibilidad lo que importa. Muy atenta a los valores de cada palabra y cada frase, la de Vida en la tierra es una escritura que sabe jugar muy bien el impreciso juego entre lo que aparece dicho, eso que uno percibe claramente, y lo ambiguo, lo no dicho, aquello que a la imaginación del lector le toca poner y que en el texto está presente como una vibración del silencio, que además realza, por contigüidad, la potencia de lo dicho. 

Algo que tiene de muy singular este libro de Judith Filc (no confundir “singular” con “extravagante” o “llamativo”) viene de la tensión entre dos posiciones: por un lado, cierta objetividad o cierta atención al mundo realmente existente, tal cual es, o al modo en que las cosas se muestran  (y cada mostración tiene aquí algo de epifanía, en la que existir es un valor en sí mismo, como en los haikus o en muchos poemas de William Carlos Williams), y, por el otro, un discreto pero resuelto “delirio metafórico”, que ve en las cosas otras cosas, o recurre a otras cosas para describir las cosas, y en eso incluyo también una muy productiva ausencia de límites que separen claramente los momentos en que lo que se describe es una fantasía o un juego de la imaginación de esos otros tramos en que simplemente se reproduce lo que ocurre o lo que se observa, como si ambas realidades, la vista “con los ojos” y la imaginada, merecieran atención por igual y se complementaran o se iluminaran  mutuamente. 

No es un detalle menor el hecho de que, como parte importante de esa extrañada realidad a partir de la cual esta poesía elige construirse, el mundo de los marginados y las víctimas de la injusticia social aparece en unos cuantos poemas, y lo que importa es que, sin piedad ni paternalismo, ese mundo es mostrado “desde” esos seres y sus modos de situarse en la vida, lejos de cualquier estereotipo. No sólo por razones humanitarias o políticas impresiona mucho esa zona de la poesía de Filc, sino por la fuerza e incluso la belleza de la realidad poética que la autora construye con esa áspera materia y su potencia de vida.

Tanto como una sabiduría en la construcción del poema, hay una sabiduría en la manera de situarse ante el mundo, con un infinito respeto, y probablemente ambas sean una misma sabiduría, que implica también un modo de relación entre el texto y el lector: ninguno de los dos se impone al otro y ambos se entregan a un trabajo en común, como a una suerte de serena y delicada danza hecha de sonidos y sentidos. Un modo de dar cuenta de cómo es la vida en la tierra, en la concretísima tierra indescifrable e imposible de obviar, y a la vez siempre dispuesta a la mirada que lleva a la escritura, que es también vida en la tierra, como si tierra material –con sus seres materiales– y escritura, también material, se necesitaran la una a la otra para ser un poco más o un poco mejor lo que son.

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